La pluma furiosa
Para muchos, Rageous Feather fue la primera banda fusión de la historia y Alex D’Onofrio el primer poeta en llevar el surrealismo a la composición musical.
EL DÍA ANTES DE MORIR, Alex D’Onofrio escribió en el puente de su guitarra, rascando el barniz con su púa de níquel: “Ahora está tan claro”. Habían transcurrido veintidós horas desde su último recital, en el Ward River Park de Dublin.
Para muchos, Rageous Feather fue la primera banda fusión de la historia y Alex el primer poeta en llevar el surrealismo a la composición musical. Los pocos afortunados en escuchar algunas de sus piezas de colección, aseguraban que el crujir de la guitarra de D’Onofrio, junto a la helada voz de Valerie, constituían un verdadero happening, una experiencia equiparable al desamparo que sobreviene tras una súbita pérdida de conciencia.
El atardecer nos espera.
La vida artística del quinteto de Connaught puede considerarse breve desde una doble perspectiva. Jacob “StonedAxe” conocía a Val de la calle, la había oído canturrear mientras vendía hierba y juguetes en la Tercera y Brighton Ave.,
la esquina de la bohemia. Por entonces, Val era una morocha de cabello rubio y pajoso. Tenía ojos azules para casi todo el mundo, salvo para Jacob, quien halló revancha y expresó su parecer en “
Violent Violet Sunset”, la canción que se convirtió en manifiesto de la banda (en una entrevista clandestina en un café de Witches, StonedAxe respondió, ante la consulta por la próxima presentación del grupo: “Against all nature law, sunset is hoping us”, refiriéndose a que las dudas de la banda no arrastraban la disposición de Valerie).
D’Onofrio sumó las cuerdas una vez que rasgaba su Telecaster en mitad de un conciliábulo caótico. Al oírlo, Jacob sugirió a Val escurrirse entre la pequeña multitud e improvisar algunas sílabas nórdicas de la misma especie que aquellas que pregonaba al vender juguetes. StonedAxe contempló el resultado pleno de congoja: ambos instrumentos armonizaban con grácil asimetría. Meses después, cuando la banda logró menguar egos, sumaron violonchelo y bajo, Austin y Taurus, respectivamente.
Rageous Feather no dejó registro de canción alguna sobre ningún soporte.
D’Onofrio y StonedAxe componían de modo muy distinto. Mientras el pianista lo hacía inyectándose café y whisky en tugurios (su preferido, Be Dedalus, atesora en una de sus paredes un verso suyo inédito e ininteligible), el guitarrista, en cambio, construía versos sumando aquellas palabras que ondeaban su mente apenas despertaba y que pretendían traducir alguna imagen aparecida en sueños o en éxtasis de cócteles. Podía tardar meses en escribir una sola línea. Descartaba las sensaciones convertidas en ideas, corrompidas por la realidad, la cultura y la razón. Luego Sunset traducía aquellos vagos trazos en jinetes para su voz. Ensayaba ante la contemplación de todos y cuando la obra parecía
cobrar algo de muerte, el primer instrumento rompía la atmósfera.
Rageous Feather no dejó registro de canción alguna sobre ningún soporte. Jamás concedió entrevistas, con excepción de aquella en Witches. Los nombres que asumieron eran y son falsos. Los hondos poemas de Alex y los quirúrgicos versos de Jacob no tuvieron nunca transcripción alguna sobre papel, piedra o arena. Sólo era necesario que Val los memorizara.
Menos de un año después de su formación, la banda que fusionó gótico, nórdico y lirismo sinfónico, habría de desaparecer.
Tocaban para ellos como jamás hubiesen podido tocar para otros.
Habían tocado por primera y última vez en el auditorio de la capital. Les habían invitado a girar por el mundo pero jamás cruzaron las fronteras de su isla. Tocaban para ellos como jamás hubiesen podido tocar para otros. Y nunca permitieron que su música les diera de comer. Doce canciones compusieron. Ninguno de sus contemporáneos de Connaught dejó de oírlos, aunque pocos tuvieron la misma suerte fuera de la provincia. Sólo aquél puñado de afortunados que la tarde del 30 de septiembre acertaron a pasar (acertaron, pues el quinteto no anunciaba sus presentaciones) por el Ward River Park.
A una fuente desconocida se le ocurrió decir que Taurus no fue el último en morir, a pesar de todo, sino Jacob, mirando los amados ojos violetas de su yerto atardecer. Ya había caído Alex, sin oportunidad siquiera de abrazarse a su mariposa de madera, y antes lo había hecho Austin, que no tocó el suelo gracias a que su chelo hizo de sarmiento. El primer cuerpo en recibir el proyectil fue, como no podía ser de otra manera, el de la hermosa peaceful Sunset.
El día anterior, poco después del concierto, Jacob había manifestado un repentino malestar traducido en una decena de palabras: “Amo la música, mas no esto que insiste en traerme”. Val asintió: había cantado dos veces una misma canción.
Se dice que cuando Alex cayó al piso, producto de la bala que correspondía a su cabeza, tuvo oportunidad de ver al propio Taurus volándose la suya. Nadie contaría la historia de estos cinco de Connaught. No tenían familia y estaban a tiempo de evitar hacerse de fans y groupies que los hubiesen perpetuado en tatuajes y camisetas. Algún trasnochado que no entendió nada abrió la boca para que el mundo se enterara de Rageous Feather gracias a anécdotas vacías sobre su formación y su carrera. Sabían que el tiempo los colocaría tanto más adentro de la historia como afuera de ellos mismos. Un nuevo día acercaría a Rageous Feather a la memoria y a la razón, y simultáneamente los patearía lejos del sueño y la irrealidad. Estaban a un paso de convertirse en un objeto de la cultura.
Alex vivió preguntándose cómo podría alguien evitarlo. Tal vez lo supuso cuando escribió la leyenda sobre el lomo de su guitarra la noche anterior.
Luego Taurus tomó la palabra. /// ❡