Bichos de luz



Cómo será que somos bichos de luz. La luz acaba de morir y hay que agudizar el ingenio y domar a la cultura para no sucumbir a la angustia, sobre todo a la falsa certeza, de que el mundo se acaba cuando se corta la luz.

Se trata de aceptar que en el reino de la percepción ha abdicado el monarca, los ojos ya no son más que lacayos sirviendo a una misión menor, u oficiales obligados al descanso. Gobierna el Emperador del Sueño, que tiene la tranquera abierta para caminar el camino de la tierra negada: la vigilia. El sueño camina la vigilia haciéndola suya, cuando se corta la luz. Importa lo que no se ve, lo obvio se confina a la duda. Importa lo que excita por otra puerta: un aroma, por ejemplo, una caricia. Una caricia puede convertirse en un horror de muerte si se precipita con descaro durante la oscuridad.

Sin embargo, aun cuando se corta la luz, la vista se reserva cierto prestigio otorgado por una especie de milenario linaje que nadie se atreve a discutir, pues ella es quien domina el mundo, quien lo traduce al hombre perplejo, sobre todo a aquel que se obsequia la ocasión de detenerse por un rato en una esquina o en el silencio (oscuro) de su habitación.

La vista ha sido el bibliotecario del universo, el guardián que ha reclutado las imágenes para indexarlas en la memoria, catalogarlas, disponerlas o desparramarlas dentro de la conciencia (si quedara lugar en el recuerdo), o de la inconciencia (si este se hubiese agotado).

Cómo será que somos bichos de luz. Y qué pena entonces que ese corpúsculo indefinido perezca tan a menudo cautivo en nuestras cavidades, incapaz de asomarse una vez siquiera para expresarse y compartirse. Iluminar.

Guillermo Imsteyf